Congelar el tiempo

Hoy cumplo treinta y nueve años y ya me cansé de arrancarme las canas todas las mañanas, de ver que las arrugas alrededor de mis ojos son más evidentes y que mi cuerpo ya no tiene el mismo rendimiento de antes; mi estómago reconoce en un sorbo si la leche es entera o deslactosada, el brócoli ni las calabacitas son aceptables y necesito comer alimentos antiinflamatorios todos los días. El café no lo puedo dejar porque la abstinencia me produce migraña; no tomo alcohol porque me hincho y eso de fumar nunca se me dio. ¿Drogas? Hice ayahuasca una vez y dudo repetir una experiencia similar. Nunca me he puesto bótox ni me he hecho cirugías estéticas, creo que jamás lo haría. Una vez me inyecté ácido hialurónico en la cara porque una amiga insistió en que debía hacerlo; fue doloroso, caro y estoy segura de que me veía igual antes y después.

Estoy viviendo mi crisis de mediana edad un año antes de llegar a la mediana edad: mis periodos irregulares y mi ginecólogo me recuerdan constantemente que mi etapa reproductiva está cerca del límite final. ¿Estás segura de que no quieres tener hijos? ¿Segura, segura?, me preguntan en cada consulta. Ya se te está yendo el tren, me dijo una doctora a la que obviamente dejé de frecuentar. La presión social es muy fuerte, en mi familia soy la única mujer soltera y sin hijos y, al parecer, eso no es normal, todos están muy preocupados por saber cuándo voy a ser mamá. Escucho comentarios todo el tiempo sobre la maternidad, en una ocasión, la suegra de una amiga le dijo ya por fin eres una mujer completa, cuando tuvo a su primer bebé. Si un día se te ocurre preguntarme si he pensado en tener hijos, créeme, lo he pensado muchas más veces de las que te imaginas. Lo mejor que puedes hacer es ahorrarte la pregunta o el comentario.

Hace un par de años decidí acudir a una clínica de fertilidad, la relación con mi exnovio andaba mal y yo no quería perder esta oportunidad. El doctor me explicó todo el proceso, paso a paso, de cómo congelar mis óvulos. Hice los análisis hormonales correspondientes, fui a hacerme varios ultrasonidos hasta que finalmente me encontraba en el momento perfecto para iniciar con las inyecciones hormonales. El costo de este procedimiento no lo cubría mi seguro —y ningún otro lo cubre—, esto lo iban a cubrir mis ahorros y yo me quedaría en ceros: en ceros para atender alguna emergencia, en ceros para tener que seguir dependiendo de mi trabajo en la maquiladora por varios años más, en ceros para darme una segunda oportunidad en el mundo de la literatura. ¿Tenía más ganas de ser mamá que de emprender el trabajo de mis sueños? ¿Quería ser mamá por convicción o por presión de mis primas y amigas? ¿Estaba dispuesta a someterme a otro proceso cuando quisiera hacer la fecundación in vitro? Con el dinero en la mano y mis óvulos en su mejor momento para congelar el tiempo, me eché para atrás.

Hoy, con treinta y nueve años, no te sé decir si fue la mejor decisión; pero si sé que fue un respiro a mi vida renunciar a mi trabajo anterior para dedicarme a las letras. Los comentarios de los demás me siguen lastimando, no es bonito escuchar de tus amigas te ves bien con bebé o ya nada más faltas tú. Hace unos meses me detectaron quistes en los ovarios y alguien me dijo vete haciendo a la idea de que puedas ser infértil, ¿estás preparada para eso? Mi primera reacción fue entrar en pánico, por supuesto, pero después sentí alivio. ¿Por qué demonios sentí alivio si me estaban predestinando a mi peor pesadilla? Porque entonces la naturaleza estaba decidiendo por mí lo que me sentía incapaz de hacer.

Tengo días levantándome con la idea de que, lo mejor para mí tanto física y mentalmente, es dejar todo en manos de la naturaleza. Trato de tomar y agradecer cada hormona y cada vitamina D que están en mi pastillero, así como trato de cuidar mi alimentación y ejercicio. Si la naturaleza me llama para ser madre y estoy lista para ello, lo aceptaré; así como aceptaré si nunca recibo ese llamado. La ventana se cierra cada día más, pero también cada día me aferro a darme un motivo para pensar que hice lo correcto. Cada presentación de mi libro, cada club de lectura, cada libro corregido, cada plática con mis lectores, me hace sentir que tomar ese riesgo valió la pena.

Hoy cumplo treinta y nueve años y aun me quedan muchas decisiones por tomar, caminos por recorrer, libros por leer, historias que contar.

El día que rechacé la oferta de trabajo ideal

Bien, ¿en dónde me quedé? Que prometí escribir en tiempo real este proceso después de que renuncié a mi trabajo. Que como dijo mi profesor Sergio Bello «toda decisión por sí misma considera el costo de oportunidad que se nos presentó; no hay decisiones buenas o malas, simplemente decisiones», pues se vino una bola de nieve a partir de ese momento.

No fueron días fáciles: me cuestioné constantemente, los nervios se apoderaron de mí, la ansiedad volvió a tocar la puerta y le di entrada por varias noches. Ahora no tenía la justifiación de «me despidieron», ahora la responsabilidad era totalmente mía. Si es lo que yo quiero, ¿por qué no me siento bien?

Si quieres hacer que la gente te voltee a ver, hay que hacer ruido. Y el ruido que hice fue en Linkedin cuando cambié mi estatus a open to work. Me llamaron de un corporativo para que me integrara a su equipo como Gerente de Desarrollo Organizacional. El dinero me hizo ojitos. Fui a conocer las oficinas y eran hermosas: estacionamiento con jardín, una fuente al centro, los pisos de las oficinas alfombradas, máquinas de capuccino, comedor amplio y bien distribuido, todas las personas que me atendieron con una gran calidez humana. Inicié el proceso, me entrevistaron al menos 5 personas, dediqué 6 horas a exámenes psicométricos y a resolver una simulación de un caso de recursos humanos hasta que finalmente me dijeron: Ivette, te queremos en nuestro equipo. Qué buena suerte, pensé. Renuncié y conseguí una promoción de ensueño.

Regresé a las oficinas para conocer la oferta laboral. En cuantro entré, algo no estaba bien, yo no estaba bien. Todo se seguía viendo hermoso, las personas amables, las máquinas de capuccino seguían ahí, pero no me sentía parte de ese grupo. Entré a una sala, me mostraron el papel con la oferta económica y… la rechacé. No estaba siendo honesta conmigo, me dejé llevar por el dinero y olvidé que la prioridad era yo.

Si escribo esto no es porque me sienta orgullosa de lo que hice, todavía me apena con la empresa, con las personas que se atrevieron a recomendarme. Agradezco que me hayan volteado a ver encontrando en mí lo que ellos buscaban. Sin embargo, también merecían que yo hablara con la verdad. Era el trabajo ideal, pero no para mí.

Y así fue como dejé pasar esta oportunidad. Empiezo a levantarme de la polvareda que hice para vivir de cualquier cosa que me acerque a las letras, a la literatura, a la lingüística. No sé si lo voy a lograr, pero merezco hacer el intento. Así que si me preguntas «¿y ya estás trabajando?», siempre te diré que sí. Estoy trabajando en mí, en prepararme, en aprender, en tocar puertas hasta que se abra la que yo quiero.

¿Estúpido o valiente?

Hay una línea muy delgada entre ser valiente y estúpido: todos los actos de valentía tienen un poco de estupidez, y viceversa. Hoy tomé una decisión de esas en las que puede salir todo perfectamente bien, o perfectamente mal: renuncié a mi trabajo.

«¿Por qué vas a renunciar? ¿tienes otra oferta de trabajo? ¿estás estresada? ¿sientes mucha carga laboral?», han sido las preguntas constantes desde que anuncié mi renuncia. No, no tengo otra oferta de trabajo. Tampoco estoy estresada y mucho menos siento que tenga una carga pesada de actividades. Renuncio porque quiero ser leal a lo que he dicho los últimos meses, a lo que he escrito, a todo lo que refiere Nadie se lo dijo al abejorro. Es simplemente que todo ciclo llega a su fin cuando deja de tener sentido, cuando no me conecta con mis metas personales. Así que no renuncio por valentía ni por estupidez, renuncio por lealtad. Estoy dándome la oportunidad de terminar una relación laboral antes de que se convierta en burnout, que deje de ser productiva, de que caiga en una zona de confort. Ojalá todas las relaciones (llámese laboral, personal, amorosa) las termináramos antes de que nos cueste nuestra salud mental.

Este blog tiene la intención de expresar todo lo que viene en esta nueva etapa. Si lo quieres ver así, es la continuación de mi último libro.

Acompáñame en esta travesía. Saber que alguien me lee me hará sentir menos sola.

El día que te conocí

Fue imposible dormir la noche anterior. Durante años pensé que ese día sería un completo caos: imaginé a tu papá subir la maleta al auto mientras seguía una lista mental para no olvidar tus pañales, tu ropita; y yo con una panza gigante a punto de reventar. Imaginé llegar al hospital, los doctores recibiéndome con sueros e inyecciones para prepararme, yo en llanto por las contracciones y con los nervios de punta por querer conocerte. Tu papá y abuelos estarían en la sala de espera contando los minutos para verte y besarte. Imaginé tu llanto y el calor de tu piel al sentirte por primera vez en mi pecho.

El día que te conocí no estábamos en un hospital, tus abuelos no estaban en la sala de enseguida y ningún doctor me recibió con sueros ni inyecciones. La vida nos cambió los planes, tu llegada debía ser de otra manera. Tú no naciste de mi pancita, naciste del corazón.

Tu papá y yo nos encontrábamos en un lugar con muchos bebitos como tú. Debíamos llenar cientos de papeles y recibir toneladas de información antes de poder verte. Nos habían dado la noticia que te conoceríamos cuatro días antes, pero teníamos esperándote mucho tiempo. Meses atrás decoramos tu habitación, compramos algunos juguetes que pensamos que te gustarían. Sin embargo, no sabíamos cómo eras ni qué ropa comprarte.

Una psicóloga nos explicó cómo, cuándo y dónde naciste. Durante el proceso de adopción desconocimos todo de ti y no nos dieron oportunidad de prepararnos. Nos explicó los cuidados que debíamos tener contigo, los antecedentes patológicos, las visitas al psicólogo que debíamos hacer después y los juicios a los que teníamos que asistir. Traté de poner atención, pero mi mente pensaba en cómo serían tus ojos, tu sonrisa, tus manitas. ¿Y si no sé cargarte? ¿Y si no puedo cambiar tus pañales? ¿Y si olvido tus horas de comida? Pensé preocupada.  Vi a tu papá de reojo y sentí seguridad al ver que él sí ponía atención y tomaba algunas notas.

La psicóloga salió de la oficina para traerte con nosotros, nos advirtió que habías hecho un viaje muy largo ese día y estabas dormido.  Los nervios me comían, las manos me sudaban, la respiración se agitaba y el corazón se me salía de la emoción. Tomé la mano de tu papá, ambos temblábamos, el día había llegado. Apareciste en la puerta y te pasaron a mis brazos, al tomarte abriste los ojos y me regalaste una sonrisa. En esa primera mirada quería decirte que te amaba desde antes de conocerte y que, en ese preciso instante, me estabas haciendo la mujer más feliz al convertirme por primera vez en madre. Volteaste a ver a tu papá y le extendiste los brazos, desde ahí supiste que nosotros éramos tu familia. Te abrazamos y fue como si el tiempo se detuviera, éramos nosotros multiplicándonos gracias al amor. 

El momento pasó y la adrenalina se apoderó de nosotros. ¡No teníamos ropa ni comida para ti! Salimos de las oficinas contigo en brazos, nos acercamos al auto para dirigirnos a la tienda más cercana y comprarte todo lo que necesitabas. Parecía que con tu mirada intentabas darnos calma porque no sabíamos acomodarte en la silla del auto, tampoco podíamos acomodarte en la carriola. Casi sentía que tu risa era de burla hacia nosotros por no saber cómo tratarte. En medio del pasillo de pañales una señora se acercó a ti cautivada por tu sonrisa, intentando jugar contigo con la sonaja que sostenías en la mano. ¿Es su bebé?, nos preguntó. Tu papá y yo nos volteamos a ver, nos quedamos mudos. Fue el instante en que nos percatamos que eras nuestro. Con lágrimas en los ojos dijimos sí. La señora se fue sin saber que acababa de formar parte de un momento mágico que siempre recordaremos.

Al llegar a casa nos esperaban tus abuelos y tías, todos querían abrazarte y darte una cálida bienvenida. Fuiste muy paciente con nosotros porque pasaron horas antes de que comieras y en ningún momento nos reclamaste. A pesar de haber comprado casi media tienda para bebés olvidamos comprarte zapatos, jabón para bañarte y mamilas para tu leche. Tu papá salió a la tienda tantas veces como fue necesario, queríamos hacerte sentir cómodo en tu nuevo hogar y que no te faltara nada. Las visitas se fueron, finalmente nos quedamos solos. Era increíble cómo ese día habíamos salido de casa dos personas y regresábamos tres.

En la noche te bañamos y te pusimos ropa limpia. Te acomodamos en tu cuna junto a un elefante de peluche a quien inmediatamente hiciste tu compañero de sueños. No querías dormir, ponías atención a todo lo que decíamos como si pudieras entendernos. Mi niño, te dije, prometo hacerte la personita más feliz. Estoy muy lejos de ser perfecta pero mi corazón va a guiar tus pasos. Siempre estaré aquí para entenderte en lo incomprensible, darte la mano cuando necesites ayuda y para que te acuestes en mi pecho cuando necesites consuelo. Prometo siempre mirarte a los ojos, reír de tus chistes, escuchar tus historias, luchar tus guerras y celebrar tus triunfos. Prometo defenderte cuando haga falta y protegerte para siempre. Ansío verte crecer y aprender todo lo que la vida tiene para ti.  Tal vez no tengas mis ojos ni mi sonrisa, pero desde el primer momento tuviste mi corazón. Gracias por llegar cuando la fe había terminado, cuando la tristeza y melancolía comenzaba a apoderarse de nuestro hogar. Gracias por darnos una segunda oportunidad de recuperar lo que creímos haber perdido. Llegaste en el momento perfecto.

Tus ojitos se hicieron más pesados y poco a poco los cerraste. Verte relajado en tu nueva cuna me hizo sentir que lo estábamos haciendo bien, que los años de angustia por no tenerte con nosotros habían terminado. Que estabas llenando ese hueco en nuestros corazones que creímos jamás recuperar. Dulces sueños, te dije. Cuando el sol salga de nuevo estaremos aquí para ti.

El texto anterior participó en el concurso de la Primera Beca Isabel Allende 2021, organizado por Penguin Random House y Cursiva. Agradecimientos especiales a la Familia Zapién Landeros por compartirme su maravillosa historia.

Para Gerardo

No es la primera vez que huyo para encontrarme.

Es una tontería pensar que la distancia va a ayudar para olvidar, ¡es cuando más te pones a pensar y recordar! Qué estupidez la mía, es inútil. Aquí estoy, a miles de metros sobre el cielo viendo del lado derecho a la luna brillante, misma luna que tal vez tú estés viendo en estos momentos y del lado izquierdo un magnífico amanecer. La mezcla de colores que se hace en el cielo es hermosa, ojalá pudieras verlo a través de mis ojos.

Las primeras horas del viaje estuve enfocada en asegurarme de haber empacado todo, de repetir mentalmente el itinerario, los horarios, las salas de espera, las escalas. Aún en la última sala de espera estaba nerviosa de no haber olvidado nada. Pero ahora que estoy sentada en el avión, rodeada de gente que no conozco, empiezo a darme cuenta de lo que realmente estoy haciendo aquí. Estoy huyendo porque todo allá atrás me abruma, porque hace 2800 metros pensaba que todo me estaba saliendo mal y porque decirte adiós me consumió el alma. Nadie me dijo que del otro lado del mundo se iba a arreglar todo, pero quiero retarme a solucionar problemas reales, como saber llegar a mi casa preguntando a la gente. Visitar la mayor cantidad de lugares, sabiendo que aún así me faltará por conocer muchos más y no sentirme frustrada por eso. Ordenar comida en un restaurant deseando no equivocarme y pedir caracoles o algo que me resulte asqueroso. ¿Sabes a lo que me refiero?

La azafata acaba de traerme mi cena o desayuno, depende de la perspectiva que lo veas. No estuvo mal. Faltan 3 horas para llegar a Santiago de Chile y el cielo ya está completamente iluminado. Aquí es de día mientras tú seguro sigues dormido a mitad de la noche. Perspectiva.

Intento dormir un poco, pero sólo consigo escuchar en mi mente algunas frases que me duelen “lamento mucho que no haya sido como tú querías”, “no estás dentro de mis prioridades”, “no te prometo nada, pero mi situación está por terminar en cualquier momento… entonces tal vez podamos volver a ser nosotros”. Mientras estaba contigo, sólo tenía en mi mente las partes bonitas, aquellas que me hicieron enamorarme. Ahora que todo acabó, sólo consigo recordar las tristes y me doy cuenta que esas eran la que abundaban. ¿Por qué seguías conmigo si veías que no era feliz? ¿Por qué seguía contigo si veía que no eras lo que yo quería? Somos un caos juntos, pero al menos estamos juntos. ¿Así es como funciona? ¿No podemos volver a ser lo que éramos antes?

‘El que vuelve de un viaje, no es el mismo que el que se fue’, escribí en un viejo blog hace años. Acaban de anunciar que estamos próximos al aeropuerto de Santiago. Estoy lista para empezar la aventura. Y parte de la aventura es no saber cómo va a terminar. Lo que he aprendido, es que cada que regreso a casa la situación no ha cambiado, pero de repente deja de importarme. Quiero pensar que no vengo a olvidarte, sino a encontrar los motivos para que dejes de dolerme…

Con amor,

Sofía

Segunda oportunidad: historia de adopción

Cuenta mi mamá que años después de haber tenido a mi hermana, deseaba tener un segundo hijo. Pasaron algunos años y ese hijo no llegaba. Decidió ir con un médico y dejar que él le ayudara para que esto fuera posible. La sorpresa fue que, después de varios análisis, le dieron la sorpresa de que no era necesario someterse a ningún tratamiento, ya tenía algunas semanas de embarazo y ella no se había dado cuenta.

Por supuesto que toda la familia estaba feliz, pensando durante meses cuál nombre me iban a poner. Mis primas lo eligieron y mi mamá accedió. Mi llegada tuvo que ser programada por cesárea, así que me imagino que mi papá y mi abuelita estuvieron en el hospital esperando a que yo llegara. Algunos tíos y primos debieron haber estado ahí también al pendiente de mi mamá y de mí. La sala de espera del hospital a la expectativa de cuando saliera el doctor y dijera con alegría “¡ya nació Rosa Ivette!”. Imagino también la alegría de mi mamá al verme por primera vez, después de haberme tenido en su vientre durante 9 meses, de haberme sentido, de haber escuchado mis latidos a través de ella. Ese día debió ser de mucha felicidad para mi papá y mi hermana al verme salir del hospital arropada con mis primeras cobijitas, rumbo a mi nuevo hogar.

Cuando te conocí, no estábamos en una sala de espera de un hospital, tu mamá no estaba en un quirófano recuperándose, y nadie salió a decirnos que ya habías nacido. Tu mamá no te tuvo en su vientre durante 9 meses ni pudimos escuchar tus latidos a través de ella. A decir verdad, nadie de nosotros estuvimos ahí cuando tu naciste.

En ese entonces tus papás estaban acondicionando tu habitación, pensando cuál cuna comprarte, qué colores elegir. Habían pasado mucho tiempo deseándote, pero no era el momento de tu llegada. Ellos no sabían cuándo sería y a veces llorábamos de angustia pensando en que ese día quizá nunca llegaría. Tus papás no tenían idea de lo que era tener un hijo, se preocuparon por ir a la escuela y aprender lo más que se pudiera. Tu mamá empezó a tomar clases de fotografía para poder captar cada momento de felicidad cuando te conociéramos. Pero el teléfono no sonaba, el correo estaba vacío. Nadie nos daba razón de ti. Los meses pasaban y por un momento pensamos que así estaríamos por siempre. Tus abuelos tratando de cumplir sus sueños también, emprender un negocio que durante años anhelaron tener, sin embargo, las condiciones no se prestaban para que lo pudieran lograr aún. Yo tampoco estaba en condiciones óptimas, apenas me recuperaba de mi segunda cirugía, mi estado anímico tampoco estaba muy bien. Todos en ese momento pasábamos por una situación difícil, tratando de aferrarnos de donde pudiéramos para salir adelante.

Cuando nos dieron la noticia que estábamos a un par de días de conocerte todos lloramos de alegría. Tus papás se volvieron locos haciendo compras para recibirte y, de tan emocionados que estaban, olvidaron comprarte calcetines. Contábamos las horas para verte. Yo estaba a menos de un mes de haber recibido mi tercera cirugía, pero eso no me detuvo para manejar dos horas y poder conocerte. Llegaste a casa en brazos de tus papás, todos con ojos incrédulos de que por fin había llegado el día esperado. En ese instante, sin darte cuenta, nos diste una lección de vida a todos: con menos de un año tú pasaste por una situación muy difícil, viviste en un orfanatorio junto con otros niños quien, al igual que ellos, tampoco tenías un futuro asegurado. Nunca conociste a tus papás biológicos. Llegaste en el momento en el que necesitábamos aprender que todos podemos tener una segunda oportunidad, por más gris que parezca el camino, por más difícil que parezca la situación, y aun cuando la fe se agota y duela hasta el cuerpo, existe una segunda oportunidad para ser feliz.

Siempre recuerda de dónde vienes y de lo bendecido que eres. Tienes al mundo a tus pies. Tus papás aprenden junto contigo, el amor cada vez se hace más grande. Gracias por llegar cuando pensamos haber perdido todo. Gracias por enseñarnos a ser fuertes, porque al ver tus primeros pasos vemos lo difícil que es para ti. Sin embargo, después de cada caída vuelves a intentarlo aunque te tiemblen las piernas, siempre lo intentas de nuevo. Gracias por darnos tanta felicidad y por darnos una razón más para vivir.

El amor siempre gana

” Y muero porque no muero… ¡Eterno placer amargo éste del amor! ¡Perpetuo deseo de poseer tu alma, y perpetua lejanía de tu alma! Siempre seremos tú y yo; siempre, a pesar de que mis ojos miren de muy cerca tus ojos, habrá un espacio en donde cada uno se forme una imagen mentirosa del otro… ¿Cómo es posible entender lo que sientes al oír aquella música, si mi alma es distinta de la tuya? ¡Egoísmo amargo éste del amante: querer ser uno donde hay dos; ¡querer luchar con el espacio, con el tiempo y con el límite!”


Fernando González

Primero dejas de amarte, y después empieza la dependencia

Intenta querer a alguien cuando no sientes respeto por ti mismo. Intenta decir “te amo” con el corazón cuando ni siquiera te amas a ti. No puedes. Simplemente no puedes. No te atrevas a enamorarte sin antes amarte primero. No estás listo para darle amor a alguien más, lo que no te has dado. Y si lo intentas, terminará en un “¿por qué si dos personas se aman no pueden estar juntos?”. La respuesta está ahí, en el amor por ti antes de cualquier otra cosa. Que existe primero un “YO”, antes que un “NOSOTROS”.

El corazón es un músculo, y para que un músculo crezca primero se tiene que romper

El día en el que tomes tiempo para ti, que tu vida se encuentre en equilibrio porque tu así lo decidiste; el día que no pongas a nadie más por encima de lo que tú quieres, que no le des el poder a nada para que te tumbe, empezarás a amarte. Así como eres. Berrinchudo, corajudo, sentimental, emocional, como sea que fueres, podrás amarte. Y te sentirás libre cuando dejes todo aquello que te hace daño, que te perjudica, que no es lo que quieres… porque por amor a ti decides ser feliz.

El amor siempre gana. Y no me refiero a la historia de cuento de hadas con final feliz. El amor siempre gana cuando estás sólo, de la misma manera que siempre gana cuando tienes compañía a tu lado. Que no importa lo miserable que pudiera parecer el exterior, cuando haces las cosas por amor, ya ganaste.

Sobreviviente

“El temor agudiza los sentidos. La ansiedad los paraliza”

No es estrés, no es depresión, no es debilidad o falta de personalidad: es ansiedad. Esa que, hagas lo que hagas, está presente; te cambia tu realidad y no sabes distinguir entre qué ocurre realmente y qué no. Vives en constante pánico y temor que algo malo pase. No sabes cómo empezó ni de dónde se originó, pero sientes miedo todo el tiempo sin razón aparente. Empiezas a hiperventilar, se acelera el ritmo cardíaco, es como si toda la gente a tu alrededor te juzgara y prefieres aislarte para evitar preguntas que no vas a saber contestar. Piensas que te estás volviendo loco, pero no es así. Es ansiedad y mi consejo es que busques ayuda.

Buscar ayuda profesional no es de débiles, no es de locos, sino simple y sencillamente necesitas a alguien externo que te ubique de nuevo en tu realidad y te ayude a salir de este trastorno. A estas alturas, es casi imposible encontrar una cura tú solo. Quizá logres calmarte por un tiempo, pero después vas a recaer y no sabrás ni por qué.

Ansiedad es pensar que todo a tu alrededor te sale mal. Tienes miedo de que te van a correr de tu trabajo, que tu pareja te engaña, que tus amigos hablan mal de ti, que no estás seguro en donde vives, que te van a estafar en cualquier momento, que perderás tu negocio. Es probable que algo esté saliendo mal, pero la ansiedad sesga el problema como algo caótico, y vives pensando en lo que “pudiera pasar” sin razonar en lo que efectivamente está pasando. No puedes distinguir lo que tu mente crea, a lo que en realidad sucede, porque en tu cabeza todo está mal. Esto termina, en el peor de los casos, en un ataque de pánico que no vas a poder controlar: se te agitará la respiración, tu corazón parecerá salirse, se te empezarán a entumecer las manos y pies hasta engarrotarse y esto puede pasarte mientras trabajas, mientras estás en tu casa o mientras manejas tu auto. Si este es tu caso, pide ayuda.

El proceso no será sencillo, porque en este momento no sabes lo que te ocasiona tanto miedo. Un profesional te ayudará a escarbar en tu información hasta dar con el hilo negro. Tener de frente ese miedo será doloroso y no te va a gustar lo que sigue. Es probable que experimentes uno o más ataques de ansiedad después, pero te prometo que es parte del proceso. El profesional no te dará la respuesta para sentirte bien, esa la tienes que encontrar tú, pero sí te dará herramientas para encontrarlas. En este momento necesitas poner tu 110% y realizar las tareas que te pidan. Algunas serán sencillas, otras serán todo lo contrario. Pero si no las haces no avanzarás y te quedarás dando vuelta al problema una y otra vez, le echarás la culpa al psicólogo, a tus amigos, a tu familia, y a todo el mundo… cuando en verdad el cambio depende de una sola persona: tú.

Escucharás miles de consejos de tu familia, de tu pareja, de tus amigos. Ningún consejo tendrá sentido al principio, pero a los pocos meses los estarás diciendo con el corazón y convencido de que la solución viene pronto. Date premios, abrázate, mírate al espejo y enamórate de la persona que ves ahí. Esa será tu compañía el resto de tu vida y tienes que hacer las paces con ella. Date cuenta que, esa persona que ves, es perfecta tal y como es. Eso no lo vas a cambiar. Llegará el día en el que te mires al espejo y digas “¡sí! ¡Este es a quien quiero ver todos los días!”.

No es trabajo de nadie hacerte feliz. Tu pareja no te hará feliz, tus amigos no te harán feliz, tener hijos o casarte no te hará feliz. Ese es tu trabajo. El día que te enamores de ti, tendrás respeto hacia ti. Podrás poner límites porque reconoces hasta dónde te gustan las situaciones y hasta dónde te hacen daño. Cuando empiezas a sentir amor por ti, empiezas a atraer amor y la luz se empieza a ver.

Eres perfecto siendo imperfecto. Siempre lo has sido. Cuando llegues a este lado sentirás que no tienes límites para crecer y para entregar amor. La gente lo notará. Tú lo notarás. Cuando lleguen momentos de debilidad y vuelvas a sentir un poco de inseguridad, utiliza las herramientas que aprendiste. Ellas te sacarán de apuros y te volverán a poner en el camino correcto.

No soy psicóloga ni pretendo serlo, pero si un día sientes ahogarte y no tienes a nadie alrededor, por favor cuenta conmigo. No puedo pensar en perder más amistades porque no supieron tratar este trastorno. Quizá yo no sea la ayuda profesional que buscas, pero podré orientarte con quien seguro lo hará.

Back to Top
Product has been added to your cart