Congelar el tiempo

Hoy cumplo treinta y nueve años y ya me cansé de arrancarme las canas todas las mañanas, de ver que las arrugas alrededor de mis ojos son más evidentes y que mi cuerpo ya no tiene el mismo rendimiento de antes; mi estómago reconoce en un sorbo si la leche es entera o deslactosada, el brócoli ni las calabacitas son aceptables y necesito comer alimentos antiinflamatorios todos los días. El café no lo puedo dejar porque la abstinencia me produce migraña; no tomo alcohol porque me hincho y eso de fumar nunca se me dio. ¿Drogas? Hice ayahuasca una vez y dudo repetir una experiencia similar. Nunca me he puesto bótox ni me he hecho cirugías estéticas, creo que jamás lo haría. Una vez me inyecté ácido hialurónico en la cara porque una amiga insistió en que debía hacerlo; fue doloroso, caro y estoy segura de que me veía igual antes y después.

Estoy viviendo mi crisis de mediana edad un año antes de llegar a la mediana edad: mis periodos irregulares y mi ginecólogo me recuerdan constantemente que mi etapa reproductiva está cerca del límite final. ¿Estás segura de que no quieres tener hijos? ¿Segura, segura?, me preguntan en cada consulta. Ya se te está yendo el tren, me dijo una doctora a la que obviamente dejé de frecuentar. La presión social es muy fuerte, en mi familia soy la única mujer soltera y sin hijos y, al parecer, eso no es normal, todos están muy preocupados por saber cuándo voy a ser mamá. Escucho comentarios todo el tiempo sobre la maternidad, en una ocasión, la suegra de una amiga le dijo ya por fin eres una mujer completa, cuando tuvo a su primer bebé. Si un día se te ocurre preguntarme si he pensado en tener hijos, créeme, lo he pensado muchas más veces de las que te imaginas. Lo mejor que puedes hacer es ahorrarte la pregunta o el comentario.

Hace un par de años decidí acudir a una clínica de fertilidad, la relación con mi exnovio andaba mal y yo no quería perder esta oportunidad. El doctor me explicó todo el proceso, paso a paso, de cómo congelar mis óvulos. Hice los análisis hormonales correspondientes, fui a hacerme varios ultrasonidos hasta que finalmente me encontraba en el momento perfecto para iniciar con las inyecciones hormonales. El costo de este procedimiento no lo cubría mi seguro —y ningún otro lo cubre—, esto lo iban a cubrir mis ahorros y yo me quedaría en ceros: en ceros para atender alguna emergencia, en ceros para tener que seguir dependiendo de mi trabajo en la maquiladora por varios años más, en ceros para darme una segunda oportunidad en el mundo de la literatura. ¿Tenía más ganas de ser mamá que de emprender el trabajo de mis sueños? ¿Quería ser mamá por convicción o por presión de mis primas y amigas? ¿Estaba dispuesta a someterme a otro proceso cuando quisiera hacer la fecundación in vitro? Con el dinero en la mano y mis óvulos en su mejor momento para congelar el tiempo, me eché para atrás.

Hoy, con treinta y nueve años, no te sé decir si fue la mejor decisión; pero si sé que fue un respiro a mi vida renunciar a mi trabajo anterior para dedicarme a las letras. Los comentarios de los demás me siguen lastimando, no es bonito escuchar de tus amigas te ves bien con bebé o ya nada más faltas tú. Hace unos meses me detectaron quistes en los ovarios y alguien me dijo vete haciendo a la idea de que puedas ser infértil, ¿estás preparada para eso? Mi primera reacción fue entrar en pánico, por supuesto, pero después sentí alivio. ¿Por qué demonios sentí alivio si me estaban predestinando a mi peor pesadilla? Porque entonces la naturaleza estaba decidiendo por mí lo que me sentía incapaz de hacer.

Tengo días levantándome con la idea de que, lo mejor para mí tanto física y mentalmente, es dejar todo en manos de la naturaleza. Trato de tomar y agradecer cada hormona y cada vitamina D que están en mi pastillero, así como trato de cuidar mi alimentación y ejercicio. Si la naturaleza me llama para ser madre y estoy lista para ello, lo aceptaré; así como aceptaré si nunca recibo ese llamado. La ventana se cierra cada día más, pero también cada día me aferro a darme un motivo para pensar que hice lo correcto. Cada presentación de mi libro, cada club de lectura, cada libro corregido, cada plática con mis lectores, me hace sentir que tomar ese riesgo valió la pena.

Hoy cumplo treinta y nueve años y aun me quedan muchas decisiones por tomar, caminos por recorrer, libros por leer, historias que contar.

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